Cuando Falta la Visión Interna...
Por: Henry Binerfa  Castellanos (Rev. Yin Ming Shakya)
 
 
 
 
Un día normal nada diferente a los demás, comencé mí clase justo a la  5:00 de la tarde. Después de la rutina normal  emprendí la parte técnica que me correspondía impartir  en esa sección, como es normal en cada maestro, a primera vista comencé a detectar errores en la técnica de algunos de mis discípulos e inmediatamente me dispuse a rectificar. Pero, cuál fue mí sorpresa, cuando unos de los alumnos que presentaba problemas y hacia el cual yo me acercaba para tratar de explicarle, me buscaba un pretexto y le echaba la culpa a algo ajeno a él mismo. Culpó al compañero, a las paredes, al suelo y hasta las incomodidades del terreno.
 
Entonces me sentí obligado a detener la clase y relatar un cuento Budista que escuché hace algún tiempo:
 
Supongamos que alguien a perdido algo y que repentinamente ese algo cae en un agujero, la persona inmediatamente introduce su mano en el agujero pero irremediablemente no toca el fondo, enseguida dice “El agujero es demasiado profundo”  se reúnen unas diez personas más, pero ninguna logra el propósito de llegar al fondo, del agujero y todos dicen “El agujero es demasiado profundo” de seguro pueden esperar a que lleguen 100 personas  más que a ninguna oirán decir: “ Mí brazo es demasiado corto”[1]
 
Por supuesto el muchacho advirtió la falta y superándose a sí mismo rectificó su error, pidió disculpas y hoy es alguien genial en su destreza. Pero a cuantos no encontramos que les resulta más fácil culpar a otros. Cuántos no descubren los errores de los hermanos, más los propios no logran  ver. He aquí la importancia de conocerse a sí mismo viviendo en alerta y atención correcta (y no me refiero solamente a la parte Física) . Citando al Bendito del Mundo, encontramos:
 
“Gloria para aquel que se esfuerza, permanece vigilante, es puro en conducta, considerado, auto-controlado, recto en su forma de vida y capaz de permanecer en creciente atención. A través del esfuerzo, la diligencia, la disciplina y el auto-control, que el hombre sabio haga de sí mismo una isla que ninguna inundación pueda sumergir.  El ignorante es indulgente con la inatención; el hombre sabio custodia la atención como el mayor tesoro”.[2]
 
Mediante la atención correcta observamos nuestra mente y detectamos nuestros propios errores. Quién más que nosotros mismos podemos evitar, controlar, mover, detener o estabilizar nuestras extremidades, nuestro cuerpo o nuestra mente. Nadie... nadie... nadie...  Porque nadie puede caminar con nuestros pies, como tampoco nadie puede entrar por la puerta que nosotros debemos atravesar por nosotros mismos.
 
“El enemigo no es nuestro ambiente, él está en nosotros mismos. Tenemos que confrontarnos e intentar entender nuestra debilidad humana. Darnos una mirada honrada, a nuestras relaciones y nuestras posesiones, y preguntar, que nos ha traído nuestra propia indulgencia... Si somos despiadadamente honestos tendremos que admitir que fue nuestro propio y tonto egoísmo lo que nos enlodó. Aceptar esto es algo doloroso. Ahora, si queremos derretir el hielo tenemos que aplicar calor. Entre más caliente el fuego, más rápido se derrite el hielo. Lo mismo pasa con la sabiduría. Entre más intensa nuestra observación, más pronto alcanzaremos la Verdad. Cuando somos grandes en sabiduría empequeñecemos nuestro viejo y egoísta Yo. La competencia entonces habrá terminado”.[3]
 
Y como final, es mi deseo que este articulo haya cumplido con el propósito de hacernos (incluyéndome también) comprender este Dharma. Si así ha sucedido,  satisfecho quedo; si no logro el fin, les ruego que me  disculpen y vean la buena intención detrás de las líneas, tan sólo les pido que conozcan: Que la mejor forma de ayudar es a través de la enseñanza de la auto-ayuda. Apliquémonos el adagio: ¡Ayudate que Yo te ayudaré!
 
 

[1] Parafraseando al Venerable Ajan Chah. 

[2] Dhammapada, Capítulo 2, versos 24, 25, 26.

[3] Maestro Han Shan.

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